Muertos que forman bandas de rock y muertos que cruzan avenidas en tablas de skate. Muertos que entran y salen de pueblos y ciudades sin nombre como arqueólogos de una paisaje al borde del colapso. Muertos que abrazan antiguos delirios y muertos que se enamoran del muerto equivocado. Muertos consumidos por la soledad, la culpa y la locura. Muertos que no saben que están muertos. Los relatos de este libro pueden leerse como el mapa fragmentado de un relato mayor, como la hoja de ruta de una autopista desolada que se extiende hacia un horizonte borroso, hecho de ceniza y descargas eléctricas.